martes, 20 de marzo de 2018

El Periodismo para Vargas LLOSA

El periodismo es un tema importante en tu obra y en muchas de tus novelas hay personas que trabajan como redactores en periódicos, estaciones de radio y otros medios. En Conversación en La Catedral el diario La Crónica es uno de los espacios centrales de la novela: un mundo gris, en donde los jóvenes con ideales literarios terminan por ahogarse en la pobreza y el alcohol. Pero a diferencia de esos personajes, tú has practicado el periodismo desde que tenías quince años y sigues haciéndolo con tu columna en El País. ¿Puedes hablarnos de lo que ha representado el periodismo en tu carrera?
MARIO VARGAS LLOSA: Me gustaría empezar por distinguir entre la ficción y el reportaje periodístico. Muchas veces el periodismo se vale de técnicas literarias para imponer determinados hechos. Hay una escuela de periodismo que nace en Estados Unidos y que, aunque parte de una investigación en profundidad, se acerca mucho a la literatura, por el tipo de escritura y la organización de esos materiales. Usa, además, ciertos recursos tomados de la ficción, como el suspenso o la dislocación cronológica, para crear expectativa, curiosidad, tensión dramática.
Pero incluso en estos casos hay una diferencia fundamental y es que en principio el periodismo no debe transgredir la verdad. Debe buscarla y tratar de exponerla de la manera más atractiva e interesante posible, pero su razón de ser es presentar una realidad tal y como es, un hecho tal y como ocurrió, una persona tal y como es. Nada de eso es obligatorio en la ficción. Cuando uno escribe ficción, tiene la libertad de transgredir la realidad, de alterarla profundamente, mientras que un reportaje periodístico vale por su cotejo con la realidad. Mientras mejor exprese la realidad el texto periodístico, se considera más auténtico y más genuino. Hay una búsqueda de la verdad que va fuera del texto, y que es lo que lo justifica o lo desautoriza. Una ficción, en cambio, vale por sí misma y su éxito o su fracaso dependen de ella misma y no del cotejo con la realidad. Una novela puede transgredir profundamente la realidad, expresar otra dimensión, creada por el escritor con su imaginación y con las palabras, y sostenerse por sí misma. De hecho, la literatura tiene siempre un elemento añadido, algo que no está en la realidad, y que es lo propiamente literario de una ficción.
Para mí el periodismo ha sido muy importante porque me ayudó a descubrir la realidad de mi país. En el Perú, como en muchos países del tercer mundo, la estructura de la sociedad es tal que los miembros de una clase social saben muy poco sobre lo que ocurre en otros sectores de la población. El Perú en el que pasé mi infancia y adolescencia era muy limitado: me movía en un mundo urbano y de clase media, occidentalizado, hispanohablante -blanco, entre comillas-, y desconocía por completo el resto del Perú.
Yo entré al periodismo cuando era todavía un escolar -fue en las vacaciones entre quinto y sexto de media, entre el penúltimo y el último grado de colegio-. Tenía quince años y entré a trabajar como redactor en un periódico que me mandó a hacer toda clase de reportajes en una ciudad que yo conocía solamente de una manera muy parcial. Nunca había estado en los barrios pobres, en las zonas marginales, que eran los lugares donde había mayores estallidos de violencia. Trabajé unas semanas en la página policial, que hacía reportajes sobre las partes más pobres y violentas de Lima. Así fui descubriendo un país que desconocía totalmente. En ese sentido la experiencia del periodismo fue muy instructiva: me enseñó mucho sobre la realidad de un país que era más complejo, mucho más enconado, mucho más violento que aquel en el que yo había vivido hasta entonces.
Hay otro aspecto interesante: yo creía que el periodismo estaba cerca de la literatura, y que podía vivir de esa actividad mientras seguía escribiendo. Pero el uso del lenguaje que hace un periodista y el que hace un escritor son completamente distintos. El periodismo más profesional es aquel que transmite una realidad anterior al oficio, y mientras más neutral y transparente sea su lenguaje, más eficaz resulta desde el punto de vista periodístico. El uso del lenguaje que hace un escritor es todo lo contrario: su deber es afirmar una visión personal, expresar su individualidad a través de las palabras y hacerlo con una cierta originalidad, es decir, con una cierta distancia con el lenguaje común y corriente. Eso es lo que hace la literatura, como podemos ver si leemos a Rulfo, a García Márquez, a Onetti y analizamos el tipo de lenguaje que usan estos escritores.
Un periodista no puede darse el lujo de ser original a la hora de escribir: está obligado a deshacerse de su personalidad, a disolverla dentro de ese lenguaje funcional que es el de los diarios. Es cierto que hay muchos escritores que también han hecho periodismo, pero yo creo que a la hora de escribir novela, a la hora de hacer literatura, usan un lenguaje muy distinto al que emplean en el momento de redactar una noticia, una crónica o un editorial. Ésta es la primera incompatibilidad que hay entre el periodismo y la literatura.
Dicho esto, la función del periodismo es importantísima en una sociedad democrática. Yo crecí en el Perú, en un periodo dictatorial -recordemos que la dictadura del general Odría duró de 1948 a 1956-, y esos años fueron fundamentales para mi generación. Nosotros éramos niños cuando el general Odría dio el golpe y éramos ya hombres cuando dejó el poder y llegó la democracia. Toda nuestra niñez y adolescencia la vivimos en un mundo donde había una censura muy estricta: sabíamos que la prensa mentía, que en lugar de describir la realidad la ocultaba y la deformaba. Era una prensa servil que adulaba al poder y que estaba al servicio de la dictadura. El periodismo era uno de los principales instrumentos que tenía el gobierno para manipular la realidad, para hacernos creer que vivíamos en un mundo perfecto. El periodismo es un barómetro fundamental del grado de libertad que hay en una sociedad: necesitamos ese derecho de crítica, esa libertad de expresión que da el verdadero periodismo para que una sociedad sea realmente democrática.
En la época moderna, el periodismo ha sufrido otra distorsión, muy distinta a la de la censura, que es la frivolización. Ése es un fenómeno muy contemporáneo: la prensa frívola siempre ha existido, pero antes era una práctica marginal. Hoy día esta frivolización ha llegado hasta los grandes diarios, hasta los órganos de expresión que consideramos como los más serios, por una razón muy práctica: una revista, un periódico o un programa de televisión que trata de ser exclusivamente serio termina siendo un fracaso desde el punto de vista económico. Hay una presión constante para que los medios conquisten grandes masas de lectores o de espectadores.
Yo viví en Inglaterra muchos años, y recuerdo que cuando llegué, en 1966, el periodismo era de una seriedad casi fúnebre. En esa época el Times tenía gran estilo: un lenguaje sobrio y una vocación de objetividad. Nunca hubiera imaginado que el Times y el Daily Mail terminarían por parecerse: las dosis de frivolidad que aparecen hoy resultan inconcebibles para lo que era el Times hace veinte o treinta años. Esa banalidad ha ido impregnando la prensa de nuestro tiempo. Creo que es un cambio que refleja el deterioro de la cultura en el mundo, algo que ha lastimado profundamente las bases de las sociedades democráticas [...]
RG: En varios de tus libros el periodismo aparece como una trampa para el escritor. Entre los personajes vemos a jóvenes talentosos que pudieron haber escrito pero que, al entrar a trabajar como periodistas, se pierden y se quedan atrapados. No logran salir de la mesa de redacción y nunca publican la gran novela que hubieran querido escribir.
MVLL: Así es. Porque el mundo del periodismo que yo conocí estaba muy marcado por la vida bohemia. Se escribía de noche y la noche es pecaminosa y tentadora. Los periodistas terminaban su turno, salían a tomar tragos y se quedaban fuera hasta el amanecer. Ese ritmo de vida terminaba por matar la energía y la disciplina que son fundamentales para un creador. En una época se pensaba que la bohemia era un buen caldo de cultivo para la literatura, pero eso es una fantasía romántica porque todos los grandes escritores han sido trabajadores y disciplinados y han organizado su vida en función de la escritura. Hay algunos casos de grandes creadores que llevaron una vida bohemia y aunque se quemaron rápidamente dejaron una obra, pero yo creo que se trata de la excepción que confirma la regla.
Cuando entré a trabajar como periodista conocí a muchos compañeros que habrían querido ser escritores y que vivían con una gran nostalgia de la poesía que nunca escribieron, de las novelas que nunca publicaron, porque su vida se quedó atrapada en la rutina del periodismo, en un trabajo que es no sólo anónimo sino también efímero. Las noticias duran veinticuatro horas -a veces menos- y después los periódicos se botan a la basura. Esa naturaleza tan fugaz del periodismo frustra muchísimo a los escritores, que siempre anhelan alcanzar la trascendencia.

Ramón Vinyes en 100 años de Soledad

Aunque no es el único, el “sabio catalán” que aparece en Cien años de soledad (y que en buena medida determina su final) es probablemente el trasunto de un personaje histórico que más atención ha recibido por parte de la crítica y de los lectores. Y por muy buenos motivos. Uno de los principales es su estrecha vinculación con los libros, pero también por el fascinante hombre que se ocultaba tras ese apelativo.
Quizá vale la pena recordar el pasaje en que se le menciona por primera vez. Cuando Aureliano Babilonia se enfrasca en la biblioteca de Melquíades y se convierte en un lector compulsivo que “se aprendió de memoria las leyendas fantásticas del libro desencuadernado, la síntesis de los estudios de Hermann [vonn Richenau], el tullido;  los apuntes sobre la ciencia demonológica”, etc., en su intento de descifrar en qué lengua estaban escritos los famosos pergaminos. Melquíades le anuncia que:
…en el callejón que terminaba en el río, y donde en los tiempos de la compañía bananera se adivinaba el porvenir y se interpretaban los sueños, un sabio catalán tenía una tienda de libros donde había un Sanskrit Primer que sería devorado por las polillas seis años después si él no se apresuraba a comprarlo.

Ramon Vinyes (1882-1952), retratado por Biosca.
Un poco más adelante se hace una somera descripción de la librería y del ancho mundo que se abre ante Aureliano al entrar en ella:
 …el abigarrado y sombrío local donde apenas había espacio para moverse. Más que una librería, aquella parecía un basurero de libros usados, puestos en desorden en los estantes mellados por el comején, en los rincones amelazados de telaraña, y aun en los espacios que debieron destinarse a los pasadizos. En una larga mesa, también agobiada de mamotretos, el propietario escribía una prosa incansable, con una caligrafía morada, un poco delirante, y en hojas sueltas de cuaderno escolar. Tenía una hermosa cabellera plateada que se le adelantaba en la frente como el penacho de una cacatúa, y sus ojos azules, vivos y estrechos, revelaban la mansedumbre del hombre que ha leído todos los libros. Estaba en calzoncillos, empapado en sudor y no desentendió la escritura para ver quién había llegado. Aureliano no tuvo dificultad para rescatar de entre aquel desorden de fábula los cinco libros que buscaba, pues estaban en el lugar exacto que le indicó Melquíades [“entre la Jerusalén Libertada, de Tasso y los poemas de Milton, en el extremo derecho del segundo renglón de los anaqueles”, una ubicación muy poco azarosa: entre dos poemas épicos, como lo es el libro que tenemos entre manos]. Sin decir una palabra, se los entregó junto con el pescadito de oro al sabio catalán, y éste los examinó, y sus párpados se contrajeron como dos almejas.
-Debes estar loco -dijo en su lengua, alzándose de hombros, y le devolvió a Aureliano los cinco libros y el pescadito.
-Llévatelos -dijo en castellano-. El último hombre que leyó esos libros debió ser Isaac el Ciego, así que piensa bien lo que haces…
Son ya casi legendarias las “fitxes literàries” que escribía el famoso librero, escritor y periodista Ramon Vinyes i Cluet (1882-1952), y se da el caso de que las aludidas “hojas sueltas de cuaderno escolar” existen realmente, fueron conservadas por su hermano Josep Vinyes Sabaté. Se conservan por lo menos cinco cuadernos diarios (“dietaris”) de entre 1939 y 1940 y treinta y cinco de notas sueltas de entre 1919 y 1935.
Ha sido muy habitual llegar a la figura de Ramon Vinyes a través de la lectura de Cien años de soledad, y eso ha condicionado la mirada sobre este grafómano compulsivo y desbordante de obra dispersa que tanto complicó la vida a sus estudiosos (al emplear además muy numerosos seudónimos). A título de ejemplo entre los muchísimos posibles, se conserva en el Fons Ramon Vinyes  una “novela escénica en tres capítulos”, de 93 páginas, de la que sabe que antes de marcharse de Barcelona en 1939 Vinyes dejó una copia en manos del editor Josep Janés con el propósito de que la publicara, pero ese texto, titulado L´adolescent dels ulls d´or, no llegó a publicarse (por razones obvias).
Pescadors d´anguiles, México, Col·lecció Lletres, 1947.
Lo paradójico es qué aspectos de Vinyes han suscitado mayor interés. Su obra literaria ha sido objeto de estudios y análisis en profundidad, aunque probablemente siga siendo un dramaturgo, poeta y prosista más importante que conocido. E incluso su efectiva tarea como hombre de cultura desde su posición central en las tertulias del conocido como Grupo de Barranquilla (Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio, los hermanos José Félix y Alfonso Fuenmayor, el propio García Márquez…) ha sido reconstruida y comentada, sobre todo por quienes fueron testigos de ellas desde primera fila. Ha sido ampliamente estudiada y divulgada  también su faceta como fundador y director de Voces (10 de agosto de 1917- 30 de abril de 1920), revista de 15 x 20  unánimemente considerada una de las más influyentes revistas vanguardistas de América (donde se publicó a Carles Riba, Eugeni d´Ors, Pau Vila, Josep M. López-Picó, André Gide, Apollinaire, Chesterton, etc.).
Siempre de izda. a derecha; de pie: Alfredo Delgado, Carlos de la Espriella, Germán Vargas, Fernando Cepeda y Roca, Orlando Rivera; sentados:. Roberto Prieto Sánchez, Eduardo Fuenmayor, Gabriel García Márquez, Alfonso Fuenmayor, Ramón Vinyes y Rafael Marriaga. Foto de Jorge Rondón, 1950.
Menos frecuentada ha sido la vertiente del sabio catalán como ocasional traductor (La pell de xagrí y otro Balzac encargado por Proa e inacabado, Rousseau, Edouard Bourdet, un intento de L´Espoir de Malraux que quedó inédito y probablemente inacabado…), así como también la de librero, pese a que recientemente Jorge Carrión abordó el segundo asunto en su Librerías, donde lo califica de “agitador cultural”, “maestro de toda una generación” (en alusión al Grupo de Barranquilla) y señala que su librería “todavía es recordada en Barranquilla como una de las librerías míticas del Caribe”.
Firma de Ramon Vinyes.
Firma de Ramon Vinyes.
A finales de 1914, Vinyes había conocido a Xavier Auqué i Masdeu, en el ámbito de las letras conocido sobre todo como padre del autor de Los muertos tienen sed (1970), Javier Auqué Lara (cercano al Grupo de Barranquilla y autor de obras menos conocidas, como Diario de un marihuano y otros cuentos, 1956 o Colombianos del c…, 1974). Juntos, Vinyes y Auqué i Masdeu crearon la sociedad R. Vinyes i Cía., situada en una enorme planta baja con siete puertas que daban a la plaza San Nicolás de Barranquilla, al lado del muy frecuentado Hotel Suizo, en la que Vinyes se ocupaba de la parte más “intelectual” (y es muy importante su criterio en la selección de títulos que importaban, aunque en ocasiones fueran muy pocos ejemplares), mientras que Auqué se hacía cargo de los aspectos comerciales y empresariales. Poco tiempo después, la sociedad se amplió episódicamente con la entrada del célebre pedagogo y geógrafo catalán Pau Vila (1881-1980), y la sociedad tomó entonces el nombre de Vinyes-Auqué, Limitada. Son diversos los testimonios que caracterizan a Vinyes como a un librero erudito que procuraba recomendar a sus clientes tras una pausada charla y tras haberse hecho una idea cabal de los gustos y grado de información del lector al que se enfrentaba, y sus amplísimos conocimientos le permitían tener un alto grado de aciertos.
Pau Vila.
No menos sabido es que durante un incendio, la noche del 23 al 24 de junio de 1923, la librería quedó reducida a cenizas, lo que sin duda fue un duro golpe para Vinyes, pero es fácil suponer que también para el ambiente literario de Barranquilla.
Vinyes era un hombre de letras hasta la médula, un auténtico apasionado de los libros y dejó constancia de ello, por ejemplo, en una carta a Miquel Fornaguera fechada en Barranquilla el 25 de noviembre de 1945:
Desde 1939, mes de enero, vivo de libros. Primero para embriagarme. Ahora para olvidar. Benditos libros que nunca me han faltado! Libros para las lecciones en el colegio [por entonces ejercía de maestro), libros para el estudio, libros para distraerme. […) voy repleto de lo que he leído. Que conste que he dedicado mucho más tiempo a leer que ha escribir…
En una nota fechada el 4 de junio de 1940, tras su paso por Francia como consecuencia del resultado de la guerra civil española aún reciente, Ramon Vinyes mantenía la idea de retomar su por entonces ya lejana actividad como librero, pero, como tantas otras cosas, eso quedó sólo en proyecto.
Ramon Vinyes.
Su último viaje de Colombia a Barcelona, en 1950, lo hizo en avión, lo que le puso en la necesidad de repartir y parcialmente vender su biblioteca particular, formada por más de 10.000 volúmenes (se llevó consigo en cambio dos baúles llenos de manuscritos).
En la Casa Poesía Silva de Bogotá se conserva un ejemplar de la primera edición del Libro de Canciones de Federico García Lorca y otro de la primera de Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda que donó Germán Vargas a esa institución poco antes de fallecer, y que habían llegado a sus manos a través del sabio catalán cuando tuvo que deshacerse de su biblioteca.
Ramon Vinyes.
No hay duda de que Vinyes, como librero, dejó una huella profunda y fructífera, como también señala García Márquez al referirse en Cien años de soledad a su trasunto en lo que sin duda es un homenaje:
Todo el grupo trababa de hacer algo perdurable a instancias del sabio catalán. Era él, con su experiencia de antiguo profesor de letras clásicas y su depósito de libros raros, quien los había puesto en condiciones de pasar una noche entera buscando la trigesimoséptima situación dramática en un pueblo donde ya nadie tenía interés ni posibilidades de ir más allá de la escuela primaria.

Fuentes:
El Fons Ramon Vinyes i Cluet se encuentra actualmente en el Arxiu Comarcal del Berguedà. Menos cuantiosa es la documentación legada por Josep Vinyes al Institut del Teatre.
Jorge Carrión, Librerías, Barcelona, Anagrama, 20013.
Javier Beltrán, “La revista colombiana del periodista catalán Ramon Vinyes: cuestiones acerca de su gestión, proyecto editorial y diseño”, Periodística. Revista Acadèmica,núm.12 (2010), pp. 83-96.
Reedición de la revista Voces.
Albert Bonjoch, “El sabio catalán de Barranquilla”, web de la Comunitat Catalana de Colòmbia, 29 de junio de 2012.
Pere Elies i Busqueta, Ramon Vinyes i Cluet (1882-1952). Un literat de gran volada. Barcelona, Rafael Dalmau, Editor, 1972.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (edición de Jacques Joset), Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas 215), 1991 (4ª ed.).
Edición colombiana de Entre sambas y bananas (traducción de Montserrat Ordóñez), Bogotá, Norma (Cara y Cruz), 203.
Jacques Gilard, “Nous aspects de la contística de Ramon Vinyes” prólogo a a Ramon Vinyes, Entre sambes i bananes, Barcelona, Bruguera (Els Llibres del Mirador), 1985, pp. 5-24.
Heriberto Fiorillo, “Y en el principio fue don Ramón, el viejo que había leído todos los libros“, en La Cueva. Crónica del Grupo de Barranquilla, Promigás S.A., Henkel Colombiana S.A., Fundación Mario Santo Domingo, diciembre de 2006. Reproducido en Otraparte.
Jaume Hugh i Camprubí, prólogo a Ramon Vinyes, Tots els contes, Barcelona, Columna, 2000, pp. 9-26.
Jordi Lladó i Vilaseca, “Ramon Vinyes: bibliografía esencial”, Memorias. Revista Digital de Historia y Arqueología del Caribe, núm. 3 (2005).

Faulkner y Vargas LLOSA

Comenzaría con Mario Vargas Llosa, que dijo que el escritor norteamericano fue el primer novelista que leyó con papel y lápiz a mano, tratando de reconstruir “racionalmente” la arquitectura de sus novelas, ver cómo funcionaba ese juego complejo con la cronología y el punto de vista. Las técnicas faulknerianas son obvias en los primeros libros de Vargas Llosa: la ambigüedad de perspectivas de La ciudad y los perros, el hábil manejo del tiempo a través de, como dice el crítico peruano Efraín Kristal, “círculos concéntricos”, y la misma trama referida en buena parte a una investigación criminal, le deben mucho a Luz de agosto. Hay escenas de La casa verde que parecen haber sido escritas tomando como punto de partida escenas de ¡Absalom, Absalom! A esta misma novela de Faulkner Vargas Llosa también le debe el tema central de Conversación en La Catedral: una investigación de los fallos morales de una sociedad.

Mario Vargas Llosa ha superado a Flaubert y a Faulkner El escritor peruano, desde su juventud, bebió toda la obra de Flaubert y de Faulkner, incluyendo cartas y todo lo que salió de sus plumas.

Es bien sabido que son muchas las generaciones de escritores que han tenido como maestros a Gustave Flaubert y a William Faulkner, entre muchos otros grandes escritores, claro está, que han marcado los cánones de la novela. Vargas Llosa no ha sido la excepción y los reconoce como maestros.
El escritor peruano, desde su juventud, bebió toda la obra de Flaubert y de Faulkner, incluyendo cartas y todo lo que salió de sus plumas. Mario sabía que en estos dos escritores estaba una gran escuela para lograr hacer alta literatura. Él mismo ha dicho que los leía con papel y lápiz en mano para descubrir los engranajes de esas maravillosas obras.
Flaubert y Faulkner tienen sus novelas dotadas de técnica, estructura y engranajes perfectos con los que hicieron de sus historias obras maestras. Manejaron el punto de vista de sus personajes con una genialidad única.
Toda esa enseñanza es de la que se alimentó Mario. (Estamos hablando de dos influencias importantes en él, no quiere decir que las únicas, claro está). Filtró toda esa escuela a través de sus poros, su trabajo riguroso, sus innumerables lecturas. Fundió lo aprendido con su visión acerca del mundo y la novela. El resultado fue que un escritor de talento había conseguido hacer obras maestras, de genialidad.
No son carreras de caballos. No importa quién es mejor. Cada uno es mejor. Pero en ocasiones tampoco es negativo decirlo: el alumno ha superado a sus maestros. Lo digo con conocimiento de causa. He estudiado y analizado técnicas y estructuras semejantes entre los dos maestros y el alumno Vargas. Mario no los ha copiado. Ha hecho suyo el aprendizaje y lo ha ejecutado a favor de la historia, que en muchas ocasiones funciona mejor que en sus maestros Flaubert y Faulkner. En Vargas Llosa la técnica y las formas están al servicio de la novela como siervas. Cualquier genialidad está en función a que la historia tenga poder de persuasión y todo se funda en una misma cosa, de modo que olvidamos que es ficción lo que estamos leyendo. Claro que Faulkner y Flaubert lo logran también. Lo que quiero decir es que Mario, a mi criterio, lo logra más ampliamente, totalmente. Podría probarlo y explicarlo; desmenuzando específicamente capítulos, técnicas y estructuras, y después viéndolos como lo que son: una totalidad. Con una variación de libros y combinaciones puedo dar muchos ejemplos. Pero me bastan tres obras si tuviera que dar una muestra para analizar e investigar: Madame Bovary, El ruido y la furia, Conversación en La Catedral.
Finalmente, nadie mejor que nadie. Los tres son maestros. Así como no se puede pensar que un aspirante a escritor descarte la lectura de Faulkner y Flaubert, Vargas Llosa desde hace tiempo está entre esos escritores indispensables para los que pretenden hacer gran literatura.   Ahora bien, dicho todo lo anterior, estoy listo para ser fusilado. Pero sé que la historia de la literatura respaldará mi atrevimiento.

VARGAS llosa y Derrida y FOUCAULT

Mario Vargas Llosa lo advirtió el mismo día que le dieron el premio Nobel: se sabe escritor e intelectual conflictivo y piensa seguirlo siendo, le pese a quien le pese. En su primera conferencia en Princeton tras el Nobel, que fue en español, reivindicó la conciencia de clase cultural y el papel de las élites de las artes y del pensamiento, que no pueden ser abolidas, advirtió, sin dinamitar la libertad y sembrar desigualdades mucho más graves que las que pretendían combatir «los niños bien que hicieron la revolución burguesa del mayo del 68». Para todos ellos, para el deconstructor Jacques Derrida y para el corrosivo Michel Foucault, tuvo Vargas Llosa palabras duras desde la más insobornable incorrección política. El Nobel se pone la incultura divina o chic, la incultura de autor, por montera.

Falso progresismo
Empezó haciendo un repaso a los sucesivos intentos de eliminar las barreras y las jerarquías culturales, con el resultado final de que «ya nadie es inculto ni culto», lo cual calificó de «victoria pírrica». Pues, aun suponiendo que la muerte de la excelencia y del esfuerzo se quisieran justificar por las alegrías del igualitarismo, también ahí sale el tiro por la culata. Vargas Llosa citó un escalofriante documental francés sobre la degradación de la enseñanza secundaria —con detectores de metales a la puerta de los institutos, tomados por las mafias juveniles que intimidan y atacan lo mismo a sus indefensos compañeros que sus acobardados profesores— para lanzar este serio aviso: «La enseñanza pública era el gran logro y el gran orgullo, el gran igualador de oportunidades, y con esto ahora cada vez tiene menos valor, y la enseñanza privada vuelve a preponderar como nunca en la forja de líderes». Más claro, el agua.
El Nobel advirtió de los peligros del falso progresismo, o de aquel que sólo ayuda a progresar al intelectual que lo predica, pero resulta nocivo para la mayoría. Fue particularmente duro con el relativismo cultural y literario de Derrida, pero sobre todo con el libertarismo cruel y acaso egoísta de un Foucault, al que evocó frecuentando los baños de los clubs gay de California cuando ya estaba consumido por el sida, y sin tomar ninguna precaución. Vargas Llosa no llegó tan lejos como James Miller, el polémico biógrafo de Foucault, que le acusó de querer contagiar a otros la terrible enfermedad que le mataría en 1984. Pero sí recordó que Foucault se negaba a reconocer la realidad de este mal, a su juicio «un invento del poder para reprimirle».
Culturas que desaparecen
Este fue el punto más abrasivo de una conferencia que no vaciló en abominar de lo escatológico y de lo punkie ni se arredró a la hora de defender la superioridad de la cultura occidental, la única que a su juicio ha sabido reservar en su seno «espacio para la razón y la autocrítica».
Cuando le preguntaron por las culturas que desaparecen, sea de muerte natural o por la acción de un genocidio, Vargas Llosa admitió que toda cultura menos es una pérdida. Asimismo, alertó contra el peligro de «inyectar falsa vitalidad» en una cultura que ya no tiene salvación, como a su juicio suele hacer el «nacionalismo cultural». ¿Cómo distinguir este de una simple afirmación de lo propio? «Muy sencillo, el primero siempre desconfía de la cultura abierta, de la cultura democrática».

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Coronel Aureliano Buendía

Hijo de Úrsula Iguarán José Arcadio Buendía, el Coronel Aureliano Buendía es uno de los personajes principales creados por Gabriel García Márquez para su obra Cien años de soledad, publicada en 1967.

Nacido en MacondoAureliano Buendía crece con ciertas características inusuales, como su capacidad de predecir ciertos sucesos o el de mover objetos con la mente. Solitario ya desde niño, esa será una de los grandes rasgos de su personalidad. 

Durante la mayor parte de su vida, Aureliano Buendía se dedica a luchar contra el gobierno, libra 32 guerras civiles ninguna de las cuales es capaz de ganar. Padre de 17 hijos -de 17 madres distintas-, Buendía sobrevive a las más terribles situaciones, escapa de la muerte tanto por voluntad de otros, es famoso el momento de su fusilamiento, como por la suya propia, ya que hasta intenta suicidarse.

No es hasta que queda harto de tanta batalla que Buendía se retira a Macondo, a la vieja platería donde de joven había aprendido a forjar pescaditos de oro, lugar en el que su soledad, implacable, se hace evidente tanto para él como para los que lo rodean.

El Coronel no tiene quien le escriba

Gabriel José García Márquez nació en Aracataca, departamento del Magdalena, el 6
de marzo de 1927. Es el mayor de los once
hijos de Gabriel Eligio García Martínez y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, la hija del coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, uno
de los personajes más reputados del lugar. Gabriel Eligio y Luisa Santiaga debieron casarse en Santa Marta y radicarse luego en Riohacha, tras un amor contrariado por los padres de ella. Al reconciliarse las dos familias, Luisa Santiaga retornó a Aracataca y dio a luz a su primogénito en casa de sus padres.
Las peripecias de este noviazgo darían origen, sesenta años después, a la novela El amor en los tiempos del cólera. El pequeño Gabriel José, conocido familiarmente desde entonces como Gabito, se quedó con sus abuelos en Aracataca, mientras sus padres se radicaban en Barranquilla, donde Gabriel Eligio se dedicó a la farmacia y a la homeopatía.


El abuelo Nicolás había participado como coronel en la guerra civil de los Mil Días (1899-1902), en las filas del general liberal Rafael Uribe Uribe. Éste será uno de los modelos, junto a aquél, del coronel Aureliano Buendía. En octubre de 1908 ocurrió un hecho que tendría consecuencias definitivas en la vida del abuelo y en la obra de su nieto: el coronel dio muerte en un duelo, por un asunto de honor, a su copartidario Medardo Pacheco Romero. La persecución de los familiares de éste obligó al abuelo a emigrar a Riohacha, Santa Marta y Aracataca, donde se asentó con su familia y, mientras seguía ejerciendo de joyero, se empleó como colector departamental y tesorero municipal. De las secuelas de aquella tragedia personal («tú no sabes lo que pesa un muerto», le confesaría al nieto) y del relato de sus peripecias en la guerra civil, surgiría el interés del escritor por los temas de la muerte y la guerra.El abuelo de Gabriel García MárquezNicolás Márquez fue el personaje fundamental de la infancia del escritor; solía contarle historias y enseñarle el mundo circundante: las plantaciones de banano, los sobrevivientes de la guerra, los efectos de la explotación bananera, la matanza de los trabajadores de la United Fruit Company, ocurrida a manos del ejército en la estación ferroviaria de la vecina Ciénaga, en diciembre de 1928. Un día lo condujo de la mano al comisariato de la compañía bananera, hizo abrir una caja de pargos congelados y le enseñó el hielo.
La evocación de esta imagen, que recuerda una experiencia similar de Rubén Darío en su infancia, daría origen a Cien años de soledad. La relación con el abuelo no sólo le aportó el afecto y seguridad de que gozó en su infancia, sino una dimensión narrativa, épica y reveladora del mundo. La relación con la abuela y las tías, aunque igualmente dentro de una dimensión narrativa, supuso, por el contrario, una visión hogareña, intimista y fantasmagórica de la vida. Tranquilina Iguarán Cotes, una guajira descendiente de gallegos, se movía en un mundo de fronteras difuminadas entre vivos y muertos, y sólo éstos merecían la atención de sus relatos. Entre las numerosas tías del escritor, destaca Francisca Simodesea Mejía, quien prácticamente lo crió y le transmitió una visión esmerada de la cultura folclórica.


Mientras el niño crecía con sus abuelos y tías en la casona amplia y fantasmagórica, la misma que el escritor recuperaría en La hojarasca Cien años de soledad, Aracataca era un hervor babélico en el cual confluían inmigrantes de diversas culturas y nacionalidades atraídos por la explotación bananera.Muchos de estos personajes darían origen a otros tantos de La hojarasca, Los funerales de la Mamá Grande Cien años de soledad.
La primera expresión artística del niño Gabito fue el dibujo; luego, a los ocho años, cuando aprendió a leer y a escribir de la mano de su maestra Rosa Elena Fergusson, empezó a sentirse atraído por los autores del Siglo de Oro que le oía declamar a ésta en la escuela Montessori. La formación literaria de García Márquez sería esencialmente poética hasta los veinte años, a pesar de que a los nueve tuvo lugar la lectura más deslumbrante de su vida: la de Las mil y una nochesque supuso de alguna manera una confirmación y una ampliación de los relatos fantasmagóricos de la abuela Tranquilina Iguarán Cotes. Por la puerta que le señaló Scherezada, el niño siguió leyendo a los grandes autores de aventuras: Emilio Salgari, Julio Verne, Alejandro Dumas y los hermanos Grimm.


Cuando, después de la muerte del abuelo en 1937, García Márquez salió de Aracataca para vivir con sus padres en Barranquilla, contaba diez años y llevaba en su memoria los hechos, lugares, personajes e historias esenciales que habrían de nutrir gran parte de sus cuentos y novelas. Por eso, tras la publicación de Cien años de soledad, diría, como Proust, que todo lo que había escrito hasta entonces lo conocía ya a los ocho años.La revista «Juventud» donde empezó a escribir García MárquezAl terminar la primaria en la escuela Cartagena de Indias de Barranquilla, en 1940 comenzó los estudios de secundaria en el colegio jesuíta de San José. Al calor de la revista del colegio y del ambiente intelectual y literario propiciado por los jesuítas, escribió sus primeras prosas y versos: «Crónicas de la Segunda División», «Instantáneas de la Segunda División», «Desde un rincón de la Segunda» y «Bobadas mías». Publicadas en la revista Juventud y firmadas con los nombres de Capitán Araña, Gabito y Gabriel García. Estas primeras prosas y versos sólo pretendían ser humoradas, con las que ejercía el mamagallismo costeño con sus condiscípulos y criticaba el ambiente monacal del colegio. A pesar de ser ya un lector ensimismado, el adolescente Gabriel se sentía todavía más inclinado hacia el dibujo y la pintura: fue el encargado de las ilustraciones de la revista Juventud durante esos años.


En enero de 1943, la situación económica de su familia lo obligó a buscar otros horizontes, y se embarcó por el río Magdalena hasta llegar a Bogotá, para presentarse al concurso nacional de becas del Ministerio de Educación. Gracias a la beca obtenida pudo continuar el bachillerato, como interno, en el Liceo Nacional de Varones de la vecina Zipaquirá, donde llegó a empaparse de la diversidad cultural del país. La soledad y el frío de los Andes lo empujaron al encierro y a la lectura. Fue entonces cuando empezó a consolidarse su vocación de escritor. En ello jugaron un papel destacado su profesor de literatura Carlos Julio Calderón Hermida y el poeta Carlos Martín, el miembro más joven de la generación llamada de Piedra y Cielo.El poeta Carlos Martín, rector del Liceo Nacional de ZipaquiráCarlos Martín, rector del Liceo Nacional de Varones durante 1944, aportó un aire de renovación y le otorgó a la literatura un lugar de preferencia frente a las otras materias. Impuso la lectura de las grandes novelas (Madame Bovary, Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, La montaña mágica) en las horas previas al sueño y les habló a sus alumnos de la importancia de los modernistas americanos y de los piedracielistas colombianos. Hizo hincapié, sobre todo, en la vida y en la obra de Rubén Darío, que tendría una influencia notable en García Márquez, e invitó a los jefes de Piedra y Cielo a que lo visitaran en Zipaquirá.
Con motivo de esta visita, el joven García Márquez no sólo tuvo ocasión de conocer a Eduardo Carranza y a Jorge Rojas, sino que escribió a cuatro manos el primer reportaje de su vida, publicado en la Gaceta Literaria, órgano de expresión del grupo de «Los Trece», al cual pertenecía él mismo. Eduardo Carranza, que dirigía entonces el suplemento literario de El Tiempo de Bogotá, le publicó, a finales de aquel año, un poema piedracielista titulado «Canción», que, aunque firmado con el pseudónimo de Javier Garcés, puede considerare la primera publicación literaria de García Márquez. Durante ese mismo año, apareció en la misma Gaceta Literaria el primer texto lírico con cierta intención creativa que se conoce del escritor: «El instante de un río».


Por entonces escribió también, de la mano de su profesor de literatura Carlos Julio Calderón Hermida, su primer cuento. Lector y hacedor de poemas modernistas y piedracielistas, Calderón Hermida se encargó, sin embargo, de encaminar a su alumno por el rumbo de la prosa. Fue así como, hacia finales de cuarto de bachillerato, García Márquez leyó en clase su primer cuento, «Sicosis obsesiva», título que refleja la influencia de las lecturas de Freud de esa época. Con un gran acerbo de lecturas, una buena cosecha de poemas piedracielistas («La espiga», «La muerte de la rosa», «Soneto a una colegiala ingrávida», «Si alguien llama a tu puerta», «Tercera presencia del amor»); un excelente dominio del dibujo y la convicción de que algún día sería poeta, García Márquez terminó el bachillerato en Zipaquirá a finales de 1946 como el número uno de su promoción.Hoja de matrícula donde aparece inscrito Gabriel García MárquezDurante los cuatro años que permaneció en Zipaquirá y el año que estuvo en Bogotá estudiando Derecho en la Universidad Nacional, donde se matriculó en febrero de 1947, García Márquez hizo diez viajes de ida y vuelta por el río Magdalena, experiencia que le permitió ampliar su conocimiento de Colombia y que más tarde le serviría para ambientar parte de sus novelas. Más que la carrera de Derecho, le interesaron entonces las lecturas y el intercambio literario con sus compañeros de universidad, así como la vida social y cultural que se vivía en los cafés literarios de la carrera 7ª.
A veces, cuando no tenía con quien hablar o un café donde refugiarse del frío, se subía a un tranvía y, mientras éste le daba vueltas a la ciudad, García Márquez leí la poesía universal y castellana.


Con todo, fue Kafka quien le aportó la luz y el impulso necesarios para convertirse en narrador. Una tarde de mediados de agosto de l947, leyó La metamorfosis en la pensión donde estaba alojado. El relato del autor checo, en la traducción de Jorge Luis Borges, lo devolvió a la veta narrativa de su abuela Tranquilina, mostrándole de paso la naturaleza y las reglas del arte de narrar. Al día siguiente escribió «La tercera resignación», el primer cuento de Ojos de perro azul que Eduardo Zalamea Borda le publicó en el suplemento «Fin de Semana» del periódico El Espectador, el 13 de septiembre de 1947. Tras publicarle el segundo cuento, Zalamea Borda saludó públicamente, desde su columna diaria en El Espectador, la aparición de «un ingenio nuevo, original, de vigorosa personalidad».Revista «La Gaceta» del Liceo Nacional de Zipaquirá donde colabora el escritorPoco después, el 9 de abril de 1948, tuvo lugar el bogotazo que desencadenó la ola de violencia que ensangrentó el país durante diez años, como consecuencia del asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán. La destrucción de la capital y el cierre de la Universidad Nacional lo obligaron a regresar al Caribe. En la Universidad de Cartagena terminó segundo de Derecho y cursó tercero, aunque sin aprobarlo. Hasta ahí llegaron sus estudios universitarios. La verdad es que ya la universidad no le hacía falta: él quería ser escritor y trabajar en el periodismo.
Gracias al apoyo del periodista Clemente Manuel Zabala, ingresó como redactor y columnista en el diario El Universal de Cartagena, a la vez que seguía escribiendo y publicando en El Espectador los cuentos de Ojos de perro azul.


Pronto García Márquez hizo amistad con los escritores e intelectuales de la ciudad, especialmente con Héctor Rojas Herazo y Gustavo Ibarra Merlano, con quienes leyó y comentó las obras de Homero, Sófocles, los clásicos del Siglo de Oro, Hermann Melville, Nathaniel Hawthorne, William Faulkner y Virginia Woolf. Al calor del reencuentro con su tierra caribe y al impulso de estas lecturas, especialmente de La casa de los siete tejados, Moby Dick, Mientras agonizo, La señora Dalloway, Antígona y Edipo Rey, empezó a escribir, a mediados de l948, La casa, una novela que pretendía abarcar todo el mundo de la casa natal, de su infancia, de sus abuelos, de Aracataca y del Caribepero luego la abandonó al darse cuenta de que era una obra muy ambiciosa para su escasa experiencia literaria. Entonces, mientras hacía periodismo y escribía algunos cuentos, se puso a escribir La hojarasca, su primera novela, que es una derivación del tronco común en que se convirtió el proyecto de La casa. De ésta saldrían también más tarde El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora, Los funerales de la Mamá Grande y Cien años de soledad.En La hojarasca no sólo aparece por primera vez bosquejado el pueblo mítico de Macondo, cuyo referente real es Aracataca, sino que está prefigurado todo el universo literario de García Márquez hasta Cien años de soledad. Con esta novela el escritor se convirtió, a los 22 años, en un creador y en un narrador original enraizado en su cultura caribe, al mismo tiempo que nace en él un periodista de vigorosa personalidad, cuyos primeros artículos y comentarios quedan registrados en El Universal, entre mayo de l948 y diciembre de 1949.


Mientras residió en Cartagena, García Márquez estuvo en contacto permanente con los escritores e intelectuales de Barranquilla, la ciudad más próspera y activa del Caribe colombiano en ese momento. Su amistad con Álvaro Cepeda Samudio, los periodistas Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas y el pintor Alejandro Obregón, entre otros, sin duda favoreció su desarrollo intelectual. El Grupo de Barranquilla estaba vertebrado por el escritor José Félix Fuenmayor y el dramaturgo y narrador catalán Ramón Vinyes, a quien García Márquez incluiría en Cien años de soledad como «el sabio catalán». En realidad, Vinyes guiaba las lecturas y comentaba los textos de sus amigos y pupilos, haciéndoles hincapié en los escritores que había que leer, sin perder nunca de vista a los clásicos griegos y latinos, especialmente a Homero. Fue él quien le recomendó que escribiera como hablaba. Asimismo, al colombiano le fue provechosa la idea pregonada por el catalán de crear la aldea genuina donde cupieran cifradas la geografía, la historia y la cultura de América: es el mismo Macondo mítico que ya García Márquez venía intentando perfilar desde La hojarasca.Restos de la casa de Gabriel García Márquez en AracatacaCon sus amigos del Grupo de Barranquilla compartió proyectos como Crónica,semanario que García Márquez dirigió con Alfonso Fuenmayor y armó él solo, desde abril de 1950 hasta enero de 1951.
Crónica daba cabida a los relatos, poemas y artículos de los miembros del grupo. El mismo García Márquez publicó allí los tres mejores cuentos de Ojos de perro azul: «La mujer que llegaba a las seis», «La noche de los alcaravanes» y «Alguien desordena estas rosas». Estos tres relatos no sólo muestran a un García Márquez maduro, cuya imaginación se nutre del mundo cultural del Caribe, sino que marcan el comienzo del estilo sobrio y sugerente de El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora, Crónica de una muerte anunciada y El general en su laberinto. Es una influencia directa del cine neorrealista italiano, de la novela y el cuento policíacos y de la lectura de autores como Camus, Hemingway, Capote y Dos Passos.


Durante los cinco años que residió en Barranquilla, el escritor regresó temporalmente a Cartagena e hizo algunos viajes a Aracataca, su pueblo natal, y a ciertos pueblos de los departamentos de El Cesar y La Guajira, que tuvieron consecuencias definitivas en su obra. Fue en Cartagena donde se enteró, por una carta de su madre, que los hermanos José Joaquín y Víctor Manuel Chica Salas habían asesinado en Sucre a su gran amigo Cayetano Gentile Chimento, por un asunto de honor, la mañana del 22 de enero de 1951. Este aciago suceso, con su entramado de casualidades, motivaciones y consecuencias, daría origen treinta años después a Crónica de una muerte anunciada (1981).Un mes después del asesinato de Cayetano Gentile, la familia de García Márquez decidió dejar Sucre e instalarse en Cartagena. Las dificultades económicas obligaron a su madre a vender la casa de Aracataca donde había nacido el escritor, y éste la acompañó con ese fin en marzo de 1952. El viaje le mostró que Aracataca, su gente y su pasado, sus padres y abuelos con sus venturas y desventuras, la explotación bananera de la United Fruit Company y la ruina y la soledad en que había quedado su pueblo, debían ser el venero primordial de su obra. Esta experiencia lo terminó de colocar, pues, de forma consciente en el camino que quince años después lo llevaría a Cien años de soledad. En este sentido fueron definitivos asimismo los viajes que, entre finales de 1952 y mediados de 1953, hizo por Valledupar, Villanueva, La Paz, San Juan del Cesar, Barrancas, Fonseca, Manaure, los pueblos de donde provenían su madre y sus abuelos, mientras vendía enciclopedias y libros de medicina. Su compañero y guía fue su compadre Rafael Escalona, el mítico compositor de música vallenata, quien en uno de esos pueblos le presentó a Lisandro Pacheco, el nieto del hombre a quien había matado el abuelo del escritor en un duelo. Las costumbres de las gentes, los mitos y leyendas que recogió en estos pueblos, así como las historias que le contaron los viejos coroneles de la guerra civil, se convirtieron, junto a las experiencias familiares y los hechos y los personajes de Aracataca, en el subsuelo más fértil de sus cuentos y novelas, especialmente de Cien años de soledad.


A su vuelta a Barranquilla trabajó unos meses como jefe de redacción del diario El Nacional, que dirigía su amigo Álvaro Cepeda Samudio, hasta que, a principios de 1954, se trasladó a Bogotá para trabajar en El Espectador, gracias a la mediación del poeta Álvaro Mutis. En el diario bogotano entró como redactor de planta y comentarista de cine. Con el éxito de «Balance y reconstrucción de la catástrofe de Antioquia», García Márquez comenzó su carrera de reportero estrella de El Espectador. Luego vinieron sus otros grandes reportajes: «El Chocó que Colombia desconoce», «De Corea a la realidad» y «La verdad sobre mi aventura», un relato en catorce entregas sobre el náufrago de la Marina de Guerra colombiana Luis Alejandro Velasco, que años después se reeditaría en libro con el título Relato de un náufrago (l971). La revelación de las verdaderas causas del naufragio (el exceso de mercancía de contrabando) le acarreó al reportero y a su periódico represalias políticas del régimen militar de Gustavo Rojas Pinilla, lo que aceleró poco después su salida del país.En mayo de 1955 publicó por fin La hojarasca y al poco tiempo El Espectador lo envió como corresponsal a Europa. Entonces ya era considerado uno de los mejores escritores colombianos del momento. Su encuentro con Europa fue en Ginebra, donde estuvo sólo una semana para cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes: Eisenhower, Bulganin, Eden y Faure. La ciudad suiza le dejó referencias fructíferas que utilizaría décadas después en el primero de los Doce cuentos peregrinos (1992). De Ginebra viajó a Italia a cubrir la XVI Exposición de Arte Cinematográfico de Venecia, y luego se trasladó a Roma para estudiar guión en el Centro Experimental de Cine. García Márquez apenas permaneció en el Centro, pues pronto se desentendió de los estudios a causa del ambiente puramente libresco y académico.


A finales de diciembre de este año se trasladó a París hasta que El Espectador fue cerrado por el gobierno de Rojas Pinilla a principios de 1956. Con el reembolso del billete de regreso se quedó en una buhardilla del Hotel de Flandre, en el Barrio Latino, donde se aplicó durante meses a la escritura de La mala hora (1962) y El coronel no tiene quien le escriba (1961). Durante el verano de 1957 viajó a Alemania Oriental, Hungría y la URSS en compañía de sus amigos Plinio Apuleyo Mendoza y Luis Villar Borda. A su regreso a París escribió una serie de reportajes sobre los países visitados bajo el título genérico de «90 días en la Cortina de Hierro» (1959), donde subyace una previsión de la caída del comunismo más de tres décadas después.Un hecho fundamental en su obra literaria fue la contemplación del cadáver embalsamado de Stalin en el mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, pues en ese instante empezó a gestarse inconscientemente la figura del eterno y omnipresente dictador de El otoño del patriarca(1975). Esta génesis tuvo su complemento en los hechos que, en enero de l958, dieron origen en Caracas a la caída y fuga del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez. En la revista caraqueña Momento, donde entró como redactor y reportero de la mano de su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, a finales de diciembre de 1957, García Márquez dio comienzo a su segunda etapa de grandes reportajes. A los tres meses de estar en Momento viajó a Barranquilla para casarse el 21 de marzo de 1958 con su novia de toda la vida, Mercedes Barcha Pardo, con quien tendría dos hijos: Rodrigo, nacido en Bogotá el 24 de agosto de 1959, y Gonzalo, que nacería en México el 16 de abril de 1962.


Gabriel García Márquez con Francisco Porrúa, editor de «Cien años de soledad»Tras el triunfo de la revolución cubana el 1 de enero de este año, García Márquez y Plinio Mendozaviajaron a La Habana para asistir, junto a periodistas e intelectuales de todo el mundo, a la «Operación Verdad», los juicios públicos mediante los cuales Fidel Castro juzgó a los criminales de guerra del depuesto dictador Fulgencio Batista. El escritor asistió con especial interés al juicio y condena a muerte de Sosa Blanco, y con esta experiencia bosquejaría años después una primera estructura de El otoño del patriarca. Durante los dos años siguientes se convirtió en corresponsal de Prensa Latina, la agencia de noticias de la Cuba revolucionaria.


Posteriormente viajó a México, donde se reencontró con Álvaro Mutis, que lo ayudó a ubicarse en la capital azteca. Allí se vio obligado a aceptar la dirección de las revistas Familia Sucesos para todos, dos publicaciones de acontecimientos de sangre y cotilleos familiares. Luego trabajó en las agencias de publicidad Walter Thompson y Stanton Pritchar and Wood, y más tarde se dedicó exclusivamente a escribir para el cine de la mano de algunos escritores y cineastas mexicanos, como Fernando Benítez, Vicente Rojo, Jomí García Ascot, María Luisa Elío, Emilio García Riera, Luis Alcoriza y Arturo Ripstein. En aquellos años desempolvó el viejo proyecto de La casa, la novela-río, y en 1965 empezó a escribir Cien años de soledad. Trabajando todos los días de nueve de la mañana a nueve de la noche, la tuvo concluida en septiembre de 1966, cuando la envió a la editorial argentina Sudamericana, que acaba de pedirle sus libros anteriores para reeditarlos. La novela se publicó en Buenos Aires el 30 de mayo de 1967 con un enorme éxito inmediato de crítica y de público. Tres meses después el escritor viajó a la capital argentina y fue testigo del fervor popular con que era leída su novela.Gracias al éxito de su novela mayor, el escritor pudo ver cumplido el sueño de dedicarse sólo y exclusivamente a escribir, para lo cual dejó México y, tras un corto viaje a Caracas, donde conoció a su colega Mario Vargas Llosa, Bogotá y Lima, se trasladó a Barcelona a finales de 1967.
En la ciudad condal escribió dos de sus libros más célebres: La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada(1972) y El otoño del patriarca (1975). Al término de esta novelaretornó a México, donde reside desde entonces, con estancias alternativas en Barcelona, París, La Habana, Bogotá y Cartagena de Indias. Al son de la publicación de la revista Alternativa, que fundó y dirigió de 1974 a 1979, volvió al periodismo militante sobre grandes temas y figuras mundiales: el golpe de Pinochet en Chile, los refugiados vietnamitas, la revolución angoleña y la intervención de los cubanos en África, la revolución sandinista, Omar Torrijos y algunos dirigentes de la resistencia a las dictaduras sudamericanas. Después de seis años de silencio como novelista, en 1981 publicó Crónica de una muerte anunciada, su novela más leída y apreciada después de Cien años de soledad. Cuando la academia sueca le concedió el Premio Nobel en 1982, hacía tiempo que García Márquez era el escritor más leído del momento.