sábado, 24 de febrero de 2018

Mario y su Tia

POLÉMICA

Novedad editorial

El escándalo que ha perseguido a todas las relaciones de Mario Vargas Llosa

Mario y Julia (en la foto, sentada) se casaron cuando él tenía 19 años y se instalaron en París. La unión duró nueve años y ella le ayudó en su carrera. AFP
Su relación con la tía Julia provocó el enfado familiar. Un libro recuerda la relación más polémica del Nobel
"Hijito, cholito, amor mío, qué te han hecho, qué ha hecho contigo esa mujer, esa vieja, esa abusiva, esa divorciada". Esas fueron las primeras palabras que le dijo a Mario Vargas Llosa su madre, Dora Llosa Ureta, cuando supo que se había casado en secreto con Julia Urquidi Illanes, la hermana de su cuñada. Él tenía 19 años; ella, 29. La historia (o una parte de ella), la contó el propio Vargas Llosa en su novela La tía Julia y el escribidor, en la que apenas alteró hechos y lugares. Sí modificó, en cambio, las edades de ambos, quizá en un intento de agrandar más la diferencia de edad y hacer más creíble la feroz oposición familiar a la primera relación seria del escritor. Porque al muy amplio clan de los Llosa y sobre todo a Ernesto Vargas, padre de Mario, quien le dio una educación muy estricta, lo que les sentó peor no fue el parentesco entre ellos (al fin y al cabo político), sino que ella fuera divorciada y bastante mayor que él.
Se habían conocido en la ciudad boliviana de Cochabamba, cuando el futuro escritor era un niño de nueve años y toda la familia vivía allí con el abuelo, cónsul de la ciudad. Mario era, según Julia, un niño ultramimado y ultraconsentido que nunca fue santo de su devoción. Después estuvieron 10 años sin verse. Hasta que un día de 1955 Mario Vargas Llosa, a la sazón un estudiante de Derecho de 19 años, se topó con ella en casa de sus tíos Lucho y Olga, en Lima. Julia, recién divorciada, se disponía a pasar una temporada con ellos. Era una mujer alta y atractiva, pero ni él reparó especialmente en ella, ni Julia vio en el joven estudiante otra cosa que al niño insoportable de sus recuerdos.
"Así que tú eres el hijito de Dorita, ¿ese chiquito llorón de Cochabamba?", le dijo por todo saludo. La cosa no mejoró durante la comida pero, a los postres, quizá para hacerse perdonar sus bromas, ella sugirió que algún día podrían ir al cine juntos. Casi sin darse cuenta, empezaron estas salidas inocentes que incluían largos paseos y que al principio no significaban nada para ellos. Un día, incluso, Mario olvidó que había quedado con ella, aunque para hacerse perdonar le mandaría un ramo de rosas rojas con una nota que decía: "Rendidas excusas".
Durante un tiempo, y una vez superadas las iniciales reticencias de ella, Mario y Julia disfrutaron de un amor tierno y secreto. Pero que nadie piense en el tópico del muchachito que despierta al amor en brazos de una mujer madura. Ella no era una joven inexperta, es cierto, pero él no era precisamente un niño en el terreno amoroso, y además tenía una cultura literaria tan grande, y una personalidad tan poderosa, que a veces se permitía jugar con Julia al profesor y la alumna, como una suerte de Pigmalión joven. Ella, por su parte, no se cansaba de escuchar hablar a su sobrino y asumió desde el principio que él llevara la voz cantante de la relación que, por otra parte, era casta y pura, como mandaban los cánones de la época y de la sociedad a la que pertenecían.

Descubiertos

Pero todo esto en secreto, porque al principio el suyo fue un romance clandestino, entre otras cosas porque ambos pensaron siempre que tendría fecha de caducidad. Entonces, cuando llevaban dos meses de romance oculto y emocionante, siempre con el temor de ser descubiertos por alguno de sus numerosos tíos o primos, hicieron su aparición los celos (de él) y la primera discusión de enamorados. ¿Qué hacía él con una señora que casi podría ser su madre? Se preguntó él. ¿Qué hacía ella con un hombre de 19 años? Reflexionó Julia.
Tras la pelea, los dos se dieron cuenta de que se querían más de lo que pensaban y siguieron con la relación, seguros ya de sus sentimientos. Y un día, no podía ser de otra manera, la familia los descubrió, y el escándalo fue mayúsculo. La tía Julia, por supuesto, pasó a ser para todos una especie de corruptora de menores y le echaron la culpa de haber provocado la situación, de haber empezado el romance. Los padres de él no podían estar más enfadados, y todos temían especialmente a Ernesto Vargas, que era conocido por su carácter irascible. Entonces a Mario Vargas Llosa se le ocurrió la solución perfecta: casarse a espaldas de la familia. Política de hechos consumados, le dicen. Una vez contrajeran matrimonio, nada ni nadie podría separarles.
El problema es que Mario, que entonces andaba por los 19 años -18 en la novela- era legalmente menor, pues en Perú, como en la España de la época, la mayoría de edad no se alcanzaba hasta los 21 años. A pesar de todo lo consiguieron, tras no pocas peripecias y unas cuantas oraciones de Julia a la beata Melchorita, oriunda del pueblo donde por fin se casaron, Grocio Prado. Nada, sin embargo, sería entonces como lo habían planeado, salvo la anticipada y emotiva noche de bodas.
La madre del futuro escritor reaccionó como hemos visto al principio de este reportaje; en cuanto al padre, llegó a exhibir un revólver y exigió que Julia abandonase Perú. Hizo llegar a su hijo una carta que decía exactamente así: "Mario: doy 48 horas de plazo para que esa mujer abandone el país. Si no lo hace, me encargaré yo, moviendo las influencias que haga falta, de hacerle pagar caro su audacia. En cuanto a ti, quiero que sepas que ando armado, que no permitiré que te burles de mí. Si no obedeces al pie de la letra y esa mujer no sale del país en el plazo indicado, te mataré de cinco balazos como a un perro, en plena calle".
Y Julia partió, claro. El matrimonio estuvo separado físicamente casi dos meses, transcurridos los cuales las cosas se apaciguaron y Mario logró que poco a poco todos aceptaran la relación. No fue fácil: hubo de demostrarle al padre que podía mantener un hogar (llegó a tener hasta siete trabajos a la vez) y además seguir con sus estudios. Todos en la familia tenían muchas expectativas puestas en él, pensaban que estaba destinado a algo grande y no podían consentir que una mujer diera al traste con sus sueños.

Divorcio

No sólo no fue así, sino que ella le ayudó a ser el escritor que siempre quiso ser, como reconocería él más adelante. Su unión duraría nueve años, pero, tanto en la novela La tía Julia y el escribidor como en las memorias que más tarde publicaría el futuro Nobel de literatura, tituladas El pez en el agua, Vargas Llosa se limita a contar cómo fueron esos comienzos y que un día el amor se acabó. El libro Amores contra el tiempo relata todo lo que vino después, para lo cual cuenta, entre otras cosas, con el inestimable testimonio de Julia Urquidi, que publicó su propia versión de los hechos en el libro Lo que Varguitas no dijo y dio varias entrevistas. Porque el matrimonio no se terminó porque ellos se llevaran mal, ni por la diferencia de edad, sino porque apareció una tercera en discordia: Patricia, sobrina de Julia y prima carnal de Mario Vargas Llosa.

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