martes, 20 de marzo de 2018

Ramón Vinyes, “el viejo maestro y librero catalán”, que le prestara 10 pesos. Solo tenía seis y se los dio. Cuando se los devolvió, el viejo maestro se emocionó.

A Gabriel García Márquez le faltaba un mes para cumplir los 23 años y vivía en Barranquilla, donde colaboraba en el diario El Heraldo, cuando su madre, Luisa Santiaga Márquez, le pidió que la acompañara a Aracataca para vender la casa de sus padres, el coronel Nicolás Márquez, Papelopara sus nietos, y Tranquilina Iguarán. Gabo, o Gabito, como le llamaban familia y amigos, no tenía ni un centavo. Le pidió a su admirado Ramón Vinyes, “el viejo maestro y librero catalán”, que le prestara 10 pesos. Solo tenía seis y se los dio. Cuando se los devolvió, el viejo maestro se emocionó.
“Luisa Santiaga tenía 45 años. Sumando sus once partos, había pasado casi diez años encinta”, cuenta García Márquez en sus memorias, Vivir para contarla (Mondadori, 2002).
La única manera de llegar a Aracataca desde Barranquilla “era una destartalada lancha a motor por un caño excavado a brazo de esclavo…”, luego, un tren fantasmal. “Hizo una parada en una estación sin pueblo, y poco después pasó frente a la única finca bananera del camino que tenía el nombre escrito en el portal: Macondo”.
La familia había llegado a Aracataca 17 años antes del nacimiento de Gabo, “cuando empezaban las trapisondas de la United Fruit Company para hacerse con el monopolio del banano”. El abuelo había huido de Barrancas perseguido por el remordimiento: había matado a un hombre en un lance de honor. “Fue el primer caso de la vida real que me revolvió los instintos de escritor y aún no he podido conjurarlos. Desde que tuve uso de razón me di cuenta de la magnitud del peso que aquel drama tenía en nuestra casa, pero los pormenores se mantenían en la bruma”.

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